Mientras Miguel Cabrera alcanza nombres de leyenda con cada batazo que da, mientras José Altuve intenta dejar atrás un bajón ofensivo que ya dura media temporada y Félix Hernández busca recuperar su forma física; mientras Carlos González trata de reencontrarse, Salvador Pérez se repone de la Cirugía Tommy John y el Kid Rodríguez reaparece en México, una nueva era ha comenzado en el beisbol venezolano.

Era fácil imaginarlo hace 12 meses. Gleyber Torres y Ronald Acuña Jr irrumpieron en las Grandes Ligas haciendo tal ruido que ya entonces hablábamos de la época que inauguraban en la expedición nacional. Pero el tiempo ha avanzado a toda velocidad. ¿Quién podía prever que hoy serían los líderes jonroneros de la embajada nativa, que serían parte de récords y hazañas que van más allá de la edad?

No han cumplido 23 años de haber nacido y ya son mucho más que la noticia fresca de su tiempo de novatos.

Cabrera es el único precedente al hablar de ellos. A los 21 sacó más de 30 pelotas del parque por primera vez y ya había aparecido en dos oportunidades entre los peloteros más votados para el premio Jugador Más Valioso. Sus herederos hoy también van camino a la treintena de cuadrangulares. Y lo hacen con estilo.

Acuña ya es el criollo con más juegos jonroneando como primer bateador del encuentro en la MLB, algo que le tomó toda una vida al legendario César Tovar, y está a punto de alcanzar el récord histórico de los Bravos de Atlanta, cuando no suma ni siquiera dos campañas en las Mayores. Torres solamente es superado por Gary Sánchez entre los jugadores con más bambinazos en la divisa que ha mostrado más poder en 2019, esos Yanquis de Nueva York que impusieron una marca de encuentros corridos poniendo la pelota en órbita.

Era plausible el relevo generacional. Lo sorprendente es lo abrupto, de golpe, literalmente de un momento a otro.

Tan clamorosa producción ofensiva ha llegado, además, con la dificultad de jugar a diario en posiciones de mayor exigencia física. Acuña ha sido el jardinero central de su escuadra desde que su compatriota Ender Inciarte se lesionó la columna. Torres comenzó en el short, mientras regresaba Didi Gregorius, y ya pasó a la intermedia. No se supone que un miembro de una llave de dobleplays muestre ese poder.

Y la madurez. La forma en que encaran los turnos, el modo en que hablan con los medios de comunicación. Es como si alguien los hubiera preparado para el rol que cumplen. Predestinados.

Quizás sea la historia de Ronald Acuña padre, ese prospecto que nunca llenó las expectativas creadas alrededor suyo, a pesar de tener tanto talento. Puede que el hijo haya hecho lo imposible: aprender en cabeza ajena y que el legado de aquel haya sido la incipiente sabiduría de este. Tal vez sea la insistencia de Eusebio Torres, el papá que decidió acompañar al hijo en su sueño beisbolero sin dejarse deslumbrar por ese fallido El Dorado que a menudo resulta la pelota profesional: siempre insistiendo en que estudiara, primero el bachillerato, luego el inglés, y así todavía.

Somos testigos privilegiados de una nueva era en los diamantes de Venezuela. Disfrutamos la eclosión y el temprano apogeo de estos heraldos casi juveniles, que ya no anuncian el inicio de un nuevo tiempo, sino que escriben en grandes letras capítulos completamente nuevos en el pasatiempo nacional.


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