Entró al campo del estadio Universitario caminando sobre sus pies, con la única ayuda de un bastón. Lo ha hecho tantas veces, que no debería sorprender. Después de todo, una parte del folklore de la LVBP es esa imagen de Chivita sobre el montículo de Los Chaguaramos mientras suena el Himno Nacional, con el uniforme a rayas de los Leones y el brazo en alto, la manito de goma espuma y la banderita de Venezuela ensartada en el dedo índice gigante.

Lo sorprendente no es eso, porque todas, absolutamente todas las generaciones de venezolanos que han visto pelota profesional criolla supieron de su ruidosa presencia en nuestros parques, detrás de su amado Caracas. Su devoción por el club de sus amores nació antes que la liga donde todavía juega, nació en los tiempos de la Primera División, cuando los Héroes del 41 eran ídolos nacionales y el “purocriollismo” alimentaba el fervor de la grada.

Esa tarde, la plana mayor de los melenudos le rindió un homenaje a Jesús Lezama. Sobre el morrito, le hicieron entrega de una camiseta con el número 100. Y los habituales del cemento erigido en la UCV saben lo que significan las cifras que el ya legendario corneta porta a la espalda.

El gesto del club no solamente fue un bonito detalle para alguien que merece eso y más; fue también la manifestación del deseo que muchos tenemos: ver a Lezama con 100 años de edad, en octubre, caminando por las tribunas del vetusto parque, sobreponiéndose a los inevitables achaques y al paso del tiempo.

Porque todavía hace ruido. Ese buen anciano que no ha dejado de asistir a su cita diaria durante décadas, abandonó el campo lentamente, subió aquel domingo a la tribuna, nuevamente, y al rato, hizo sonar el característico cornetín.

Este 9 de febrero llegó al siglo de vida. Porque lo merece, fue protagonista en las redes sociales, en las que circularon entrevistas, comentarios y felicitaciones de periodistas y seguidores. Los homenajes deben hacerse en vida y es bueno que Chivita constate todavía el respeto y afecto que genera su figura. Con el tiempo se convirtió en un símbolo de deportividad, que desterró hasta el más mínimo gesto despectivo hacia el contrario, que terminó instando a la asistencia a corear frases y canciones tan inofensivamente románticas como aquella de “Alabín, alabao, alabín, bom ba”.

Y porque algún día vamos a verle en el Salón de la Fama de Valencia, sea a través de alguna de sus pertenencias o, ¿quién pudiera descartarlo?, con una estatuilla de bronce, cabe preguntarse si no es hora ya de que la LVBP le dé a Lezama su merecido lugar en el pabellón de Valencia.

¿Por qué no aprovechar el centenario de este nativo de Tucupita para tributar a la fanaticada que hizo del béisbol nuestro pasatiempo nacional? ¿Por qué no crear una esquina en el templo de los inmortales, un lugar dedicado a quienes han sostenido el auge de los diamantes locales, a través de sus figuras más representativas?

Hablamos de un sitio entre los mejores peloteros, directivos y periodistas de todos los tiempos, que exalte a Chivita y a sus pares de aquí y allá, como Toquita, tan querida en el oriente de Venezuela, y Piyiyo, que acompañaba a sus Águilas del Zulia y a tantas escuadras nacionales en la Serie del Caribe, y al hombre de la sirena del Magallanes, cuyo sonido resulta tan característico para las generaciones mayores y que dejó de oírse en las tribunas de Caracas y Valencia al morir su autor.

Hay que hacerlo. Sería justicia poética, algo así como exaltar a todos los aficionados a través de Lezama y de aquellos otros que son tan queridos como él.

@IgnacioSerrano | www.elemergente.com


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