No pasa muy a menudo. Arcenio León lo hizo en 2017. Fue el último venezolano en dar el salto a las Grandes Ligas desde el beisbol mexicano. No es una tarea imposible, pero tampoco es fácil de lograr. Esa es la meta que se ha impuesto Francisco Rodríguez al aceptar el contrato que le ofrecieran los Acereros de Monclova.

El más célebre de todos posiblemente fue el gran Vitico Davalillo, en 1977. El legendario zuliano ya rondaba los 40 años de edad en aquel entonces, pero no dejaba de batear todo tipo de pitcheo. Los Dodgers de Los Ángeles fueron a buscarlo en el principal circuito azteca y él respondió con aquella brillante actuación en los playoffs, que incluye el más célebre toque de bola que haya efectuado un criollo en las Mayores.

Que Francisco Rodríguez tenga todavía un camino por recorrer en la MLB es algo que aún está por verse. Ya tiene 37 años de edad, así que no hablamos de un serpentinero joven. Acumula, de hecho, 16 temporadas en la gran carpa. Ninguno de sus compatriotas ha pasado tanto tiempo allá arriba, siendo lanzador.

El suyo ha sido un verdadero privilegio, aunque es cierto que muchos nos quedamos con un sabor a poco en la boca, tras verle descarrilarse en ese camino impecable que le llevaba a un sitio que únicamente han recorrido Mariano Rivera y Trevor Hoffman, los dos mejores cerradores de todos los tiempos.

El declive del Kid fue tan evidente como abrupto, pero precisamente por lo abrupto quedó la duda en cuanto a si no se trató solamente de un mal año, seguido por una mala racha y la imposibilidad, o quizás la incapacidad, que no es lo mismo, de conseguir una oportunidad para volver a mostrarse.

Por entonces tenía 35 años de nacido y venía de tres torneos seguidos en los que su peor efectividad ajustada fue de 125. Quiere decir que en todo momento fue al menos 25 por ciento superior a la media de las Grandes Ligas. ¿Por qué se desvaneció tan rápidamente?

Tal vez era algo que venía amenazando desde que su recta dejó de superar las 90 millas por hora y su control dejó de ser el de siempre. Al no poder pasar a los rivales con la facilidad de antes ni poder colocar siempre la pelota exactamente donde quería, parecía claro que el caraqueño estaba enfrentando un desafío, a pesar de haber sumado 126 rescates, nada menos, entre 2014 y 2016.

La forma en que terminó la pasantía de Rodríguez en Detroit, en ese 2017, fue posiblemente determinante para lo que ha venido después. Fue un final a disgusto, que quizás dejo mala impresión en sus empleadores. Eso, unido al desagradable episodio en Nueva York, cuando defendía a los Mets, posiblemente gravite todavía en la cabeza de algunos gerentes.

Pero esta no debería ser la razón definitiva de su ausencia en el beisbol organizado. Después de todo, los Nacionales de Washington intentaron con él de inmediato y lo dejaron ir muy pronto, al verle dar más bases por bolas y ponchar a menos rivales de lo esperado entre Clase A avanzada y Doble A.

En la Liga del Atlántico, el año pasado, fusiló a un hombre por inning, pero dio más de un pasaporte por cada dos entradas. Es verdad que su efectividad fue de 2.76 y que únicamente Felipe Paulino rescató más encuentros que él. Pero eso no bastó para cautivar la atención de las Mayores.

Ahora va a México, con la difícil tarea de reemprender el camino a la MLB, donde quizás todavía pertenezca. O quizás no. Su placa en el Salón de la Fama probablemente depende de los 63 salvados que le faltan para llegar a 500. Cooperstown ha sido hostil al momento de evaluar las carreras de los relevistas.

No es imposible. Arcenio León lo logró antes de lesionarse y volver a quedar fuera y Vitico Davalillo hizo mucho ruido con los Dodgers después de jugar en la tierra de los manitos. Pero quizás sea demasiado el esfuerzo que ha realizado y los innings que acumula en el hombro derecho, especialmente por todo el tiempo que dedicó a lanzar con los Tiburones de La Guaira en la pelota invernal, en lugar de descansar y cuidarse para estos tiempos duros.

Veremos cómo le va.


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