Muy pocos podían imaginar hace apenas tres semanas la dramática dinámica política que estaba a la vuelta de la esquina y en la que estaba a punto de sumergirse Venezuela. Luego de un fuerte letargo que siguió a la desactivación de las heroicas protestas de 2017, la participación ciudadana también admirable por cierto, se limitó  a marcar la ruta, la agenda y la conducta de la dirigencia política opositora. Ante cualquier duda y cualquier desvío, la ciudadanía estuvo siempre clara desde el mismo momento en que se convocó la írrita “elección” de la Asamblea Constituyente, al señalar una y otra vez que no estaba dispuesta a prestarse a más farsas electorales que condujeran a legitimar el atropello y la pretensión de consolidar el control autoritario sobre esta Tierra de Gracia, lo cual nos condujo al punto donde nos encontramos ahora mismo.

¿Y donde estamos? Pues nada más y nada menos que ante el renacer de la esperanza ciudadana convertida en convicción de que estamos a las puertas del cambio, amparada en la fuerza interna que aporta el no haberse prestado a ningunas de las farsas y no haber caído por tanto en ninguna de las emboscadas ni conchas de mango que puso en el camino el desgobierno.

Enhorabuena y ahora más que nunca, el despertar se tradujo en un cierre de filas en torno a la opción que prevé nuestra Constitución Nacional; y finalmente el ciudadano decidió creer en el poder que tiene en sus manos, que no es otro que el poder de provocar y lograr los cambios. 

Cual rompecabezas aún con su celofán, hasta el 10 de Enero las piezas estaban allí pero aún estaban sueltas, y en apenas poco menos de tres semanas, han ido acoplándose para dar lugar a la anhelada imagen de una nueva Venezuela que renacerá de los escombros que han quedado luego de veinte años de la más despiadada e inclemente destrucción a las que la han sometido quienes apostaron al control político, por encima del bienestar de su pueblo. Y con ese pueblo al frente, esta vez con paciencia, disciplina y la convicción de que ya basta, el accionar del liderazgo se mueve al compás preciso de lo que se ha convertido en el himno que todos cantan: ¡Yo no quiero bono, yo no quiero CLAP, yo lo que quiero es que se vaya Nicolás!

Cástor González

Abogado

Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana (CPFC)

@castorgonzalez


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