En los años ochenta Bill Cosby era considerado uno de los mejores  comediantes de la televisión norteamericana. Su programa The Cosby Show logró gran popularidad en todo el mundo  porque  además de hacer reír, mostraba en pantalla a un grupo familiar idílico que alentaba valores encomiables. 

Antes de The Fresh Prince of Bel-Air (1990)  conocida en América Latina como El príncipe del Rap y protagonizada por Will Smith, la serie de Cosby contaba la vida de los Huxtable, una familia afroamericana representante de un estilo de vida envidiable.

Gracias a su trabajo en esta serie, Cosby fue el primer afroamericano en ganar un Emmy, entre otros premios y reconocimientos que logró a raíz del éxito y la popularidad de este programa de televisión.

Además, este sitcom que relata las peripecias familiares de los Huxtable, se convirtió en un referente cultural porque sus personajes están lejos de los clichés con que ocasionalmente se relaciona a los negros  en Norteamérica y otros lugares del mundo.

La historia de un médico, padre de familia ejemplar, su esposa e hijos, llamó la atención de miles en los más de siete años que duró la serie (de 1984 a 1992) y por ello, evidentemente, la figura de Bill Cosby representó mucho para el público, además de para una comunidad de actores y comediantes afroamericanos (y no afroamericanos) que vieron en él una fuente de inspiración.

Todos amaban a Bill Cosby, hasta hace algunos años.

Las ficciones que protagonizó, su figura dentro del mundo de la comedia norteamericana e internacional, se han visto empañadas por las acusaciones de violación que se han hecho en su contra.

Hace poco fue hallado culpable por tres cargos deagresión sexual y al leer la noticia, vino a mi cabeza  una pregunta, que seguramente muchos se han hecho –o se harán-  en estos días y que según los últimos acontecimientos no incumbe solamente a Cosby: ¿la realidad es capaz de opacar a la ficción?

¿El veredicto que afirma que Bill Cosby es un violador lo sentencia solamente como individuo  o pone tras las rejas también a su obra y su legado?

Está claro que es difícil ver con los mismos ojos a quien fue llamado “El padre de América” ahora que ya sabemos (según los jueces y más de 60 mujeres) que detrás de su apariencia afable, sus chistes y sus interpretaciones cómicas e inocentes se esconde un tipo siniestro capaz de violar con fármacos a mujeres indefensas.

Sin embargo, al ser un personaje tan admirado y que ha influido en la cultura popular durante por lo menos treinta años, siempre surgen interrogantes y dudas.

¿Podemos seguir admirando a un ícono del espectáculo internacional más allá de sus pecados personales?

El movimiento #MeToo ha puesto en tela de juicio el nombre de algunos grandes artistas, gente representativa del mundo del cine (la lista incluye a Woody Allen) y con las denuncias, más allá del cuestionamiento penal (si son o no culpables, si deben pagar o no por sus crímenes) se genera un debate moral sobre la obra de estos personajes.

¿Cuánto sufre el trabajo de un artista catalogado como criminal? ¿Cuán prudente es seguir consumiendo el arte realizado por un director, actor o comediante que ha cometido crímenes irreparables?

¿Quedan ganas de seguirdisfrutando las películas, series o trabajos de gente destacada en el mundo del arte, pero vil en su vida privada?

Es difícil responder a esas preguntas, por lo pronto, lo que si es seguro es que reírnos con los chistes de Bill Cosby  de ahora en adelante nos costará mucho trabajo.

Al menos a mi me cuesta mirarlo con los ojos con que lo hacia en la niñez, ya no me parece tan dulce, honorable ni inocente.


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