s_bbcws.prop25=»[domain]»;s_bbcws.prop45=»[language]»;Desde hace medio siglo más de la mitad de los venezolanos vive en los cerros, en los barrios populares, vistos desde afuera tradicionalmente con desconfianza, con miedo o, en el mejor caso, con indiferencia.

La pobreza, la violencia y el olvido mantuvieron —y aún mantienen— a los barrios como una zona vedada para muchos ciudadanos de clase media y alta.

El barrio de San Agustín, que en su mayor parte se asienta de forma desordenada en una colina sobre el centro de Caracas, está decidido a cambiar ese prejuicio.

«Nosotros estamos un poco locos, pero más locos están ustedes por hacer un tour por un barrio y encima pagar», bromea Reinaldo Mijares, promotor cultural y profesor de danza que, con sombrero blanco y camiseta de colores vivos, da la bienvenida a un proyecto poco común: una ruta turística para conocer el barrio.

San Agustín no es el más pobre ni el más peligroso de Caracas, que recientemente volvió a ocupar el número uno del ranking de ciudades más violentas del mundo. Pero no está exento de problemas.

«La gente nos pregunta: ‘¿Es una escenografía o es verdad? ¿Dónde está la gente con pistola?», cuenta Mijares.

No vimos armas durante la visita, aunque las hay. Lo que busca la iniciativa es que sobre las pistolas prevalezcan la música, la salsa, los tambores y la risa. El tour lleva el nombre de Cumbe, una palabra de los esclavos africanos que significa «espacio de libertad».

«Queremos romper los prejuicios, los estereotipos. En San Agustín somos gente amable, sonriente», explica Mijares antes de acompañar a una quincena de turistas al autobús que nos traslada al barrio el primer sábado de noviembre. Tres músicos amenizan el corto trayecto con compases afrocaribeños y mucho humor.

El proyecto del tour comenzó en julio de 2016 y ahora busca establecerse para que se realice cada dos sábados. El boca a boca está empezando a funcionar.

El metrocable

A la parte alta del barrio se accede a través de un moderno metrocable construido por la polémica Odebrecht en tiempos de Hugo Chávez. En las cabinas se leen mensajes como «Moral», «Justicia Social» y «Pasión Patria».

Se ha convertido en la seña de identidad del barrio, en el que viven más de 47.000 personas.

Emilio Mujica, activista social y uno de los promotores del tour, critica la obra, en la que se invirtieron más de US$350 millones. «Es para ver la miseria desde arriba», dice en la cabina sobre las viviendas abigarradas en la colina.

Noel Márquez, uno de los músicos que acompaña el trayecto, lo ve, sin embargo, como un ejemplo de «inclusión social».

Márquez es chavista. Lo es en general toda la parroquia de San Agustín, como es habitual en muchas zonas populares de Venezuela. Más en un barrio como éste, con una cultura de resistencia muy anterior al chavismo.

Entre canción y canción es imposible no hablar de política y de problemas. «Tenemos como todos los barrios», admite Mijares. La basura y la violencia, también la policial, son algunos de ellos, me cuenta Mujica, que ingresó en el Partido Comunista a los 10 años.

Ahora, con 65, se sigue definiendo como un hombre de izquierdas y cree en la guerra económica del capitalismo con la que el gobierno explica la crisis que sacude Venezuela. Pero este hombre, concejal de Caracas de 1992 a 2000, se alejó del chavismo.

«Es un socialismo más burocrático que real», critica. «Va a haber una reacción del pueblo, lo va a reclamar. El pueblo pide cambio», aventura pese a que los cerros aún no bajaron masivamente a unirse a la clase media y alta a protestar contra el gobierno.

«Esto es una parroquia chavista, pero no es excluyente», me dice Márquez, de tez oscura, guayabera blanca y tambor en mano.

Uno y otro coinciden en que el futuro del país será de «mano tendida» y «diálogo».

De la política la música

La política, omnipresente en Venezuela, se cuela en un tour que es básicamente musical, aunque hay espacio también para beber cerveza y comer tradicionales empanadas en la calle. Todo incluido en el precio.

«Aquí al hombre que no sabe bailar se le quita la novia», bromea Mujica antes de la primera parada en una vetusta tasca decorada con fotos de Mohamed Alí y de las estrellas del béisbol nacional.

El paseo, encabezado por los músicos, nos lleva a lo más alto de San Agustín y a unas espectaculares vistas de todo el valle de Caracas.

Es momento para hacer una pausa a la salsa, el vallenato y otros ritmos afrocaribeños que son las señas de identidad de San Agustín.

Márquez es uno de los líderes del Grupo Madera, que lleva 40 años poniendo música y «lírica revolucionaria» a un barrio que se precia de haber recibido a Jorge Negrete y a la Sonora Matancera y de haber influido en Marc Anthony y Óscar D’León.

Las bolas criollas

Ya de nuevo en la parte baja del barrio, atravesamos varios habitáculos de chapa y llegamos a »La Tasquita», donde decenas de espectadores viven un encuentro de bolas criollas entre Los Caciques y La Fila.

Ni siquiera la vivaz música de la orquesta distrae la atención, puesta en la arena.

Luego, acompañados siempre de los músicos, llegamos a casa de Mujica, donde degustamos dulces caseros, serenatas y boleros.

Gladis, una de las participantes en el tour, está complacida.

«Es una linda experiencia. Me ha cambiado la percepción. Uno piensa en el barrio y piensa en las balaceras, las bandas armadas. Es la imagen que nos han proyectado», me dice. Agrega las ideas de drogas y de niños delincuentes a una fórmula que da como resultado el temor al barrio.

Y no es que todo eso no exista en San Agustín. No es el paraíso ni un oasis en la ciudad más violenta del mundo y en un país que vive quizás la mayor crisis económica de su historia.

Pero el tour quiere mostrar algo más.

«Aquí hay gente que trabaja, que baila, que se ríe y que hace el amor. Esto es el barrio», me dice Márquez con el tambor en la mano.


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