La pintura verde de las paredes comienza a descascararse en el salón de té de Marottichal, dejando al descubierto un tono azul pálido de otras épocas.

Es probable que antes haya sido un ruidoso bar o licorería de esta aldea ubicada en el sur de India, en el estado de Kerala.

Ahora es un local totalmente distinto.

Sentado frente a mí, en una de las mesas de madera, su propietario, el señor Unnikrishnan, fija su mirada intimidante sobre el tablero a cuadros que nos separa.

Entonces procede a levantar una mano callosa y, con elegancia, toma el alfil blanco deslizándolo hasta mi caballo negro para derribarlo.

«Ahora, ya te tiene», dice un espectador, Baby John, sorbiendo su chai para reprimir una sonrisa.

Reviso el oscuro panorama que tengo al frente. Las pocas piezas que me quedan están replegadas en una esquina, ansiosas de rendirse.

«Sobre un tablero de ajedrez estás luchando, como lo hacemos nosotros, con las penurias de nuestra vida cotidiana»

El señor Unnikrishnan, propietario de un local de ajedrez en Marottichal, India

Unas batallas de ingenio, similarmente intensas, se disputan en las otras cuatro mesas, mientras que, desenchufado e ignorado, un polvoriento televisor reposa sobre una tabla en la parte de atrás de la sala.

Recurriendo a un intento de distracción, muevo un petrificado peón un cuadro adelante, mientras le pregunto a Unniktishnan por qué este juego tiene tanta resonancia con los habitantes de esta remota aldea boscosa.

«El ajedrez nos ayuda a superar las dificultades y los sufrimientos», me dice Unnikrishnan mientras captura mi reina.

«Sobre un tablero de ajedrez estás luchando, como lo hacemos nosotros, con las penurias de nuestra vida cotidiana».

Fingiendo una bravuconada, decido capturar uno de los peones aislados de Unnikrishnan. «¿Y es realmente tan popular?», le pregunto.

«Ven para que veas por ti mismo», me dice con una sonrisa irónica mientras se levanta de la mesa.

Se trata del pasatiempo más popular en el pueblo | Foto: Jack Palfrey

Antes de marcharme miro a mi tablero y contemplo a mi aterrado rey, rodeado de una turba asesina de piezas blancas de plástico.

Supongo que es jaque mate.

Aldea de ajedrez

Es media mañana y la calle principal de Marottichal está muy concurrida, pero extrañamente tranquila.

No se siente el estridente y ensordecedor ruido de la bocinas de los autos, una ensordecedora sinfonía que se repite en la mayoría de las poblaciones indias.

La parada de autobús frente al salón de té de Unniktishnan está llena de gente, pero nadie parece ir a ningún lado.

La muchedumbre contempla una partida de ajedrez entre dos caballeros canosos, sentados descalzos con las piernas cruzadas.

Todo el mundo, desde los conductores de autobuses hasta los estudiantes, parecen estar enganchados al ajedrez Marottichal | Jack Palfrey

A poca distancia diviso el autobús. El motor está apagado, ya que el conductor dejó el volante para jugar una rápida partida con el cobrador del colectivo.

Hay amigos sobre la acera, esposas sentadas en bancos, colegas en los mostradores de tiendas.

El tablero negro y blanco domina toda la escena.

A la vuelta de la esquina del salón de té, sobre la terraza de la propia casa de Unnikrishnan, al menos tres partidas se están disputando.

«En otros pueblos indios quizás no llega a 50 el número máximo de personas que conocen el ajedrez», señala Baby John, presidente de la Asociación de Ajedrez de Marottichal.

«Aquí 4.000 de los 6.000 habitantes lo juegan casi a diario… y todo se debe a este hombre maravilloso», dice apuntando a Unnikrishnan.

Cambio de piezas

Hace 50 años, Marottichal era un lugar muy diferente.

Como muchos pueblos en el norte de Kerala, el alcoholismo y las apuestas ilegales eran problemas muy extendidos.

Tras desarrollar su pasión por el ajedrez cuando vivía en la cercana localidad de Kallur, Unnikrishnan volvió a su pueblo de origen y abrió el salón de té.

Allí comenzó a enseñar el juego a los clientes para que pasaran el tiempo de una manera más saludable.

Milagrosamente, su popularidad floreció mientras que se redujeron tanto el consumo de alcohol como las apuestas.

Es tal el entusiasmo por un pasatiempo que, se cree, se originó en India en el siglo VI, que Unnikishnan calcula que una persona en cada hogar de Marottichal sabe cómo jugarlo.

«Afortunadamente para nosotros el ajedrez es más adictivo que el alcohol»

«Baby John», jugador de ajedrez

«Afortunadamente para nosotros el ajedrez es más adictivo que el alcohol», dice Baby John agregando que está tan marcado en la identidad de Marottichal que continúa protegiendo a los residentes de los peligros modernos.

«El ajedrez mejora la concentración, desarrolla el carácter y crea comunidades», resalta. «Aquí no miramos televisión. Jugamos ajedrez y hablamos entre nosotros».

«¿Incluso los niños?», pregunto.

Unnikrishnan me vuelve a mostrar una sonrisa irónica.

«Mejor pasatiempo»

A la hora del almuerzo llegamos a la Escuela Primaria Marottichal y encontramos el patio lleno de colegiales en frenética actividad.

Sin embargo, a través de los cuerpos en movimiento consigo ver a unos niños sentados serenamente en filas de mesas.

Al menos una persona en cada casa del pueblo indio sabe jugar el juego milenario | Jack Palfrey

Los dos que están más cerca, Vithum y Eldho, comparten un tangible entusiasmo por el juego, demostrando una especial admiración por una pieza en particular.

«El caballo es la mejor», dice Vithun.

«Indudablemente,» replica Eldho. «Es la pieza más poderosa. Se puede mover en cualquier dirección».

En un país que atraviesa una rápida digitalización, avivando los temores de que los jóvenes se desconecten de su cultura, es raro escuchar a dos niños hablar con tanto fervor de un juego milenario, íntimamente relacionado con la historia de India.

Les comento en voz alta que seguramente preferirían ver televisión. «El ajedrez es lo mejor», grita Eldho saltando de su silla y casi derribando el tablero.

«El año pasado llegamos al colegio con 15 tableros de ajedrez e invitamos a los niños a que aprendieran el juego», me explica Baby John mientras nos abrimos paso a través del patio.

«La semana siguiente regresamos y todos en el salón de clases habían comprado tableros propios».

El ajedrez promueve un estilo de vida saludable. | Jacl Palfrey

La positiva respuesta de los estudiantes, conjuntamente con su confianza en las cualidades sanativas del juego, hizo que la Asociación de Ajedrez de Marottichal pidiera que las autoridades incluyeran al juego en el programa oficial de la escuela.

Eso, creen ellos, contribuirá con su visión de estar viviendo en un pueblo donde todo el mundo conoce el juego.

«Solo entonces podremos llamarnos una aldea de ajedrez», concluye Baby John.

Y el sano estilo de vida promocionado por el pueblo parece ser un gancho para otros habitantes del estado, algo que se refleja en el aumento de la población a pesar de los precios relativamente altos del suelo.

La aldea también ha atraído la presencia de visitantes que vienen de países tan lejanos como Alemania y EE UU interesados en aprender el juego o mejorar sus conocimientos.

Personas de diferentes partes del mundo han viajado a Marottichal para descubrir el secreto de la pasión que arropa a un pueblo entero | Jack Palfrey

Sin embargo, cuando regresamos al salón de té persisten mis dudas sobre la capacidad de la comunidad para resistir la rápida ola de modernización que atraviesa el subcontinente indio.

Mis temores aumentan al acercarnos a un grupo de adolescentes que se encuentran pulsando sus teléfonos inteligentes, lo que me hace plantear mis reservas a Unnikrishnan y Baby John.

Pero al aproximarnos, vemos lo que capta por completo la atención de los muchachos: están jugando ajedrez online.

Unnikrishnan me ofrece una última sonrisa.

Ahora sí me toca admitir que es jaque mate.

s_bbcws.prop25=»[domain]»;s_bbcws.prop45=»[language]»;


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!