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Hay oficios que son casi tan antiguos como el ser humano mismo: trabajos manuales, necesarios pero poco prestigiosos, que se ejercen desde hace siglos en todo el mundo.

Pero en muchas grandes ciudades, especialmente en el mundo desarrollado, una nueva generación los está reinventando como carreras bien pagadas y perfectamente aceptables incluso para los poseedores de un título universitario.

Se trata por lo general de jóvenes que, pudiendo hacerlo, optan por no ejercer ninguna de las profesiones que demanda la actual economía, cada vez más basada en el conocimiento y la tecnología.

En su lugar, eligen dedicarse a servir y hacer cosas con las manos.

Y, en el proceso, le han conferido un nuevo estatus a viejos oficios «de cuello azul», como barberos, carniceros y cantineros.

¿La prueba? La proliferación de esas barberías de postín en las que elegantes jóvenes tatuados con cuidadas barbas que prometen una experiencia «de vieja escuela», de carniceros que virtualmente conocen todo sobre los animales que destazan, innovadores maestros del coctel que los han elevado a la categoría de arte…

Y en su libro «Maestros artesanos: viejos oficios en la nueva economía urbana», el profesor de sociología de la City University de Nueva York Richard Ocejo también incluye en la lista a los cada vez más numerosos fabricantes de licores artesanales.

Nuevo tipo de consumidor

«En buena medida la reinvención de este tipo de oficios es una respuesta a los cambios del mercado y en gusto de los consumidores», le dice Ocejo a la BBC.

«La nueva generación de jóvenes profesionales que se está mudando a las ciudades de moda ha desarrollado gustos muy específicos, que son muy diferentes de los de previas generaciones», explica.

Se trata, según Ocejo, de consumidores que buscan productos muy personalizados que les garanticen un cierto tipo de experiencia.

Y que también quieren tener información sobre lo que consumen: conocer el origen, la historia, el proceso involucrado en la producción de lo que consumen.

Algo que esta nueva generación de artesanos y comerciantes está dispuesta a hacer encantada.

«Ellos se ven como gente que le agrega valor a sus productos. Y parte de su objetivo, de su misión, es educar al público sobre lo que hace a sus productos especiales», destaca Ocejo.

«Y la mayoría de las veces esperan que los clientes sean receptivos. Piensan: si viniste hasta aquí y estas pagando todo ese dinero es porque te interesa lo que te puedo enseñar», explica el investigador.

En otras palabras, esta incipiente economía refleja -y se basa en- un nuevo tipo de relación los proveedores de bienes y servicios y sus clientes.

Y estos nuevos artesanos a menudo también se conciben a sí mismos como agentes de cambio, que en cierta forma están cambiando, desde dentro, a las industrias tradicionales.

Según Ocejo, eso es algo que se nota especialmente entre los carniceros, que tienden a ser muy críticos de la industria de la carne.

Y un buen ejemplo es Giancarlo, un licenciado en Economía que antes de dedicarse a vender filetes y chuletas orgánicas trabajaba como administrador de una clínica.

«Siempre me ha gustado cocinar y todo lo que tiene que ver con la comida. Y la carne en particular siempre ha sido mi favorita, así que quería saber de dónde venía», empieza el testimonio del ahora carnicero.

«Y cuando uno va al supermercado y ve todo en esos empaques plásticos o ve videos en YouTube cómo les ponen chips en las orejas a las vacas y las están alimentando constantemente con hormonas, eso te hace pensar. No es el tipo de carne que uno se quiera comer», agrega.

Rescate del pasado

El regreso al pasado como respuesta a este y otros retos de las modernas cadenas de producción, así como la relativa juventud de los protagonistas de este nuevo tipo de intercambios, inmediatamente remite a la categoría de »hipster».

Pero Ocejo asegura que los nuevos artesanos no están rescatando las cosas de antaño en broma o de forma irónica, a menudo una de las características de esta nueva tribu urbana.

«Yo pensaba que me iba a encontrar algo de es, pero muy rápidamente me di cuenta de que no era así, de que se toman sus oficios muy en serio», cuenta.

«Y muchos llegan a estas ocupaciones tratando de encontrar algo que los satisfaga intelectual y espiritualmente, menos atraídos por el dinero que por el tipo de gratificación que proviene del trabajo bien hecho», asegura el académico.

Aunque Phil Hubbard, profesor de estudios urbanos de la universidad Kings College de London, advierte sobre los riesgos de una visión demasiado romántica de estas dinámicas, especialmente en el contexto de los procesos de gentrificación de los que a menudo son parte.

«Muchas veces estos nuevos artesanos se ven a sí mismos, y se presentan, como los salvadores de las tradiciones, la autenticidad y el pequeño comercio», destaca Hubbard.

«Pero a menudo se trata de gente de clase media con recursos que está desplazando a las clases trabajadoras o las minorías étnicas que dependen de comerciantes más tradicionales y baratos», le dice a la BBC el catedrático.

Lo que, para él, significa que más que responder a las demandas del mercado, estos nuevos artesanos están creando un nuevo mercado.

«Y si uno está buscando autenticidad, hay numerosos lugares en los que la puede encontrar en lugares que no cobran US$60 por un corte de pelo o US$25 por un trago».


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