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Dentro de los cojines, debajo de los colchones, en las plantillas de los zapatos, en el fondo de las cacerolas…

No hubo un lugar de la casa donde Nadezhda Mandelstam, la esposa del poeta ruso Osip Mandelstam, no intentara ocultar los manuscritos del escritor, días antes de que fuera detenido por la temible policía secreta soviética.

Los agentes encontraron la mayor parte de los papeles. Solo uno pocos se salvaron y lograron salir de la Unión Soviética en contrabando.

Pero, ninguno de los agentes pudo evitar que los poemas más importantes quedaran guardados en un lugar donde ni los investigadores más avezados hubieran podido buscarlos o destruirlos: en la memoria de Nadezhda, la lectora más devota de Osip Mandelstam, su amante fiel.

En su libro Hope Against Hope («Contra toda esperanza»), Nadezhda Mandelstam relata sus esfuerzos para proteger y difundir el trabajo de su marido en un ambiente marcado por la opresión.

Pero ella no fue la única.

Sus trabajos se inscribieron en una corriente que marcó la historia cultural de la Unión Soviética: el llamado samizdat, un método de publicación clandestino que buscaba eludir la estricta censura del estalinismo.

La novela irlandesa casi desconocida en inglés que cautivó a la URSS

Hecho «por uno mismo»

El término samizdat (que significa »publicado por uno mismo») fue acuñado en oposición a gosizdat («publicado por el Estado»), una palabra que estampaba el gobierno en cada publicación oficial.

Yo mismo creo, edito, censuro, publico, distribuyo y resulto encarcelado por eso»

La definición de samizdat del disidente soviético Vladímir Bukovski

El disidente soviético Vladímir Bukovski lo definía así: «Yo mismo creo, edito, censuro, publico, distribuyo y resulto encarcelado por eso».

Los textos del samizdat abarcaron una amplia gama de materiales prohibidos, que iban desde tratados políticos y textos religiosos hasta novelas, poesía, discursos y música.

Gracias a ellos, vieron la luz obras como «El maestro y Margarita», de Mijaíl Bulgákov o el «El poder de los sin poder», el férreo cuestionamiento de Václav Havel contra el totalitarismo.

Aunque el término alude específicamente al período soviético, sobre todo después de la muerte de Stalin en 1953, la publicación clandestina tuvo una larga tradición en Rusia.

Ya a finales del siglo XIX, los estudiantes distribuían panfletos radicales con denuncias contra el zar y, tras la fallida revolución de 1905 y la subsiguiente represión, los textos considerados «subversivos» fueron ampliamente compartidos por miles de personas.

Peligros y amenazas

Pero la difusión de obras por estos medios entrañaba también un peligro desde su propio origen.

El «samizdat» estaba ampliamente diseminado por la URSS, aunque algunos autores hicieron un gran esfuerzo para permanecer anónimos.

Los textos podían ser fácilmente rastreados por las autoridades, ya que la mayoría de las máquinas de escribir personales tenían que ser registradas ante el Estado.

Sin embargo, la inventiva de los rusos se multiplicó a medida que se reforzaban también los controles: guardaban los textos en microfilm o hacían copias con papel carbón, con hasta nueve hojas entrelazadas, para un total de diez copias, el máximo permitido.

Se esperaba que cada persona que recibía un ejemplar creara al menos cuatro copias, pero no debía intentar contactar o identificar al autor, porque podría tomársele por informante de la policía.

Y aunque en muchas ocasiones faltaba el papel y la compra de cantidades excesivas de este podía ser motivo suficiente para levantar sospechas e ir a la cárcel, los textos de samizdat, con sus letras borrosas, páginas arrugadas y cubiertas indescriptibles se convirtieron en un sello cultural.

Fueron el contraste perfecto de las publicaciones sancionadas por el Estado, cuyas ediciones eran tan llamativas como anodinas y limitadas por el sello de aprobación del censor.

Esta forma de reproducción permitió que quienes participaban se involucraran más profundamente. Algunos incluso hicieron alteraciones a los textos.

Tales licencias se veían reforzadas por el hecho de que muchos autores, temerosos de las consecuencias de su trabajo, usaban seudónimos y no se atribuían crédito por su trabajo.

Estas circunstancias fueron explotadas por el Partido Comunista mismo, que decía que a falta de derecho de autor, era injusto diseminar el material. El argumento detrás de esta táctica imaginativamente cínica era que así se protegía a los escritores de la explotación: sólo un autor «burgués» estaría en capacidad de regalar su obra.

Apertura y regreso de la censura

Aunque no existen certezas, se piensa que el primer documento político importante que apareció por vía del samizdat fue el «discurso secreto» de Nikita Jrushchov de 1956, en el que denunció los crímenes de Stalin y marcó el inicio del deshielo político y cultural de la Unión Soviética.

El gobierno soviético promovió la lectura con afiches como éste, en el que se sugiera que ser analfabeta es como caminar con los ojos vendados hacia un acantilado.

Fue durante las época de las reformas liberalizadoras de Jrushchov cuando el samizdat ganó mayor popularidad, ya que la producción de materiales que no estaba en línea con la ideología oficial dejó de ser sinónimo de sentencia de muerte.

Pero los cambios promovidos por Jruschov se toparon con la feroz resistencia de los partidarios de la línea dura y en 1964 fue expulsado por su exprotegido Leonid Brézhnev.

Bajo la dirección de Yuri Andropov (jefe de la KGB y sucesor de Brézhnev), la censura aumentó y los disidentes fueron encarcelados o exiliados.

Pero el regreso de la represión fue también un nuevo impulso para el samizdat: nuevas y más populares formas comenzaron a manifestarse como voz alternativa a la unanimidad soviética.

Una revista del samizdat

En 1968, un grupo de intelectuales rusos fundó en Moscú uno de los proyectos clandestinos más amplios y populares de publicaciones clandestinas: la revista Crónica de Acontecimientos Actuales.

Aleksandr Galich era un poeta, escritor y compositor cuyas «malas canciones» criticaban el gobierno soviético. Eventualmente tuvo que abandonar el país.

En sus 65 ediciones durante 15 años, el informativo detalló violaciones de los derechos humanos y denunció represiones y juicios políticos en la Unión Soviética.

Los editores de la Crónica no abogaron por el derrocamiento del régimen, pero afirmaron que, bajo la Constitución Soviética de 1936, la publicación era legal.

Las autoridades soviéticas no coincidieron en ese punto y los editores y periodistas de la revista fueron enviados a campos de trabajo, hospitales psiquiátricos o al exilio.

Pero para 1985, la situación de la Unión Soviética demostró que un cambio era inminente.

La caída

Para esas fechas, la burocracia partidista había paralizado prácticamente al país, la economía estaba estancada y la vieja guardia había muerto casi por completo.

Se dieron las condiciones para la sucesión y esto llevó al ascenso de Mijaíl Gorbachov, que por aquel entonces tenía 54 años.

Después de que fuera rechazada por la URSS, Boris Pasternak sacó su novela «Doctor Zhivago» en forma subrepticia a Italia, donde fue publicada originalmente. La CIA ayudó a que se imprimiera también en otros lugares.

Gorbachov instituyó las políticas de la perestroika («reestructuración») y la glasnost («transparencia»).

Esta última se convirtió en el nombre de una de las publicaciones del samizdat más populares de la época.

Es muy difícil, a ciencia cierta, medir el impacto que tuvieron los textos clandestinos en el cambio, aunque muchos creen que fue un factor significativo para socavar la autoridad soviética.

Para el periodista ucraniano Vitaly Korotich la Unión Soviética fue destruida por la información y esa movida comenzó, en su opinión, desde la publicación a través del samizdat de «Un día en la vida de Iván Denísovich», la novela de Alexander Solzhenitsyn.

Pero la historia de este desafío a la represión no concluyó con la caída del comunismo.

Más de 30 años después, el viejo método parecer haber regresado a Rusia por motivos equivalentes.

El regreso del samizdat

Tras la invasión de Rusia a Ucrania en 2014, el Kremlin intensificó sus intentos de controlar los contenidos de internet.

El samizdat generalmente parecía inocuo, a veces incluso como correspondencia personal, para evitar las sospechas de los censores.

Los sitios web que denuncian los abusos del gobierno ruso se bloquean rutinariamente y los correos electrónicos y las cuentas de redes sociales de líderes opositores, como Alexei Navalny, son eliminados o pirateados.

En 2015, un grupo de periodistas lanzó una Nueva Crónica de los Acontecimientos Actuales, bajo la premisa de que los ciudadanos rusos son mal informados por los medios de comunicación.

Para el popular bloguero ruso Anton Nosic, las nuevas manifestaciones de samizdat no han quedado en Rusia.

Nosic opina que Wikileaks es también una continuación directa de la tradición. Donde quiera que el Estado busque silenciar la disidencia, dice, el espíritu del samizdat renacerá.


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