Tiene el doble de superficie que El Salvador y una selva tupida cruzada por ríos transparentes cuando mansos y canela cuando la lluvia cae con fuerza y los revuelve; el departamento colombiano del Chocó, recostado sobre el Pacífico desde la frontera con Panamá en el norte hasta la mitad del límite oriental del país hacia el sur, es vasto en riquezas y miserias.

Pero con tanto para mostrar y tanto que recibir es uno de los lugares de Colombia que el papa Francisco no pisará en su visita a Colombia, que comienza este miércoles y concluye el domingo.

Algunos creen que las necesidades de su geografía y su gente deberían haber sido un llamado para la presencia del pontífice.

Chocó es uno de los departamentos más pobres del país, con algunos de los peores indicadores de desarrollo y, más urgente aún, sumido en los últimos meses en una situación de conflicto armado que cada vez se entiende menos en una Colombia sin FARC y que tiene en vilo a miles y miles de su medio millón de habitantes, casi todos afrodescendientes (más del 73%) e indígenas (más del 11%), los dos grupos sociales más golpeados por la pobreza y la desigualdad en el país.

Y por la violencia. Valga como dato: de los 120.000 habitantes que tiene la capital, Quibdó, en torno al 70% son desplazados por las diferentes expresiones del conflicto, de acuerdo con organizaciones humanitarias que operan en la zona.

En Chocó el transporte es sobre todo fluvial. Cuando uno va embarcado, con la brisa en la cara, se siente la calma del agua y el ronroneo del motor, pero esa paz es engañosa. Sobre las orillas hay ojos que observan. Muchos son simplemente pobladores locales, campesinos. Otros, que en general no se ven, pueden ser más amenazantes. Hay que tener cuidado hacia dónde uno apunta la cámara.

Sin embargo, en una vuelta de uno de los tantos ríos la cámara iba a ser bienvenida. A unos metros de la orilla, los suficientes para que los tapara la vegetación, me esperaban unos pocos hombres del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla activa de Colombia, ahora que las FARC han dejado las armas.

Los ríos son los verdaderos caminos y autopistas del Chocó.

No fue el inicio de este viaje, pero sí su momento más tenso, más intrigante.

La entrevista que había estado buscando durante bastante tiempo era con Danilo Hernández, comandante del Frente Resistencia Cimarrón del ELN.

Tuvo lugar antes de un hecho histórico: el anuncio de una tregua entre el gobierno y el ELN del lunes pasado, que comenzará el 1 de octubre. Es decir, el ELN todavía sigue en operaciones y ciertamente seguía en operaciones cuando me reuní con Hernández.

Me sorprendió que el hombre llegara sin insignias, sin los clásicos brazaletes y tapabocas rojo y negro. «Nos tocó salir a las carreras, venimos de la confrontación con grupos paramilitares, entonces todo fue así muy a la carrera», dijo.

Pobladores y ONGs que trabajan en la zona confirmaron que había enfrentamientos en una comunidad indígena río arriba.

El Estado asegura que el ELN compite con el Clan del Golfo (ellos se autodenominan Autodefensas Gaitanistas de Colombia) en Chocó por acceso a los recursos del narcotráfico y otras economías ilegales, como la explotación de la madera y el oro.

Hernández dijo que ellos están bloqueando el ingreso de ese grupo armado organizado -como lo llama el Estado- o paramilitar -como lo llaman los pobladores locales-.

«Nosotros estamos en toda la región y lógicamente ellos van a intentar entrar por la fuerza a desalojar la población y nosotros estamos para defenderla, para defender a nuestra gente e impedir que ellos entren a cumplir su propósito», aseguró.

Le dije que los civiles suelen quedar en medio. «Desafortunadamente», respondió, «pues estamos en una zona que tiene población, lógicamente y pues no estamos exentos de que se pueda presentar alguna confrontación en algún lugar poblado».

«Tu ves la población atemorizada, la restricción a ciertas horas de la movilidad en el río porque hay toques de queda», me dice el joven padre Juan Carlos Palacios Agualimpia, párroco de Puerto Echeverry y miembro de la Pastoral Social, en la puerta de su casa, la más bonita de ese pueblo.

Él es uno de los que habría agradecido la visita del Papa, a quien admira. Tal vez, piensa, podría haber emanado un cierto espíritu pacificador en la región.

Una de las cosas que más le duelen al padre Palacios es el reclutamiento de menores por parte de los grupos armados. Muchas veces es a la fuerza, pero también es consecuencia de la pobreza y falta de oportunidades que hay en esta región.

«Otros (se suman a los grupos armados) porque no tendrán otro horizonte, por un gobierno que no invierte, el único objetivo será pues empuñar un fusil y armarse unos y otros para acabarnos entre colombianos», dice.

El padre Palacios le pide a los grupos armados que se coloquen la mano en el corazón y reflexionen.

«Hemos presenciado, precisamente, la pérdida de integrantes de nuestra comunidad fusilados por grupos al margen de la ley, y quizás por una simple, sencilla, ubicación geográfica», me cuenta. «Entonces si tu eres de una población X o Y te pueden confundir porque en tal sitio hace presencia un grupo, entonces suele ser muy difícil vivir nosotros en esta realidad».

Es algo que confirmé río arriba, en otra población. Su pequeña iglesia no tiene párroco, no hay allí un padre Palacios. Tampoco tiene bancos; un agua vieja y verde cubre su suelo. Parece olvidada de Dios ¿Será que ningún cura quiere venir? El maestro, por ejemplo, se fue y ya no volvió, tampoco vino otro. Se fue el día en que esta comunidad de pocas casas quedó en medio de un enfrentamiento entre el ELN y el Clan del Golfo.

Unos venían embarcados de un lado del río, los otros del otro. Se encontraron allí y empezaron a darse plomo, como dicen acá. La comunidad salió corriendo para un pueblo más arriba y de allí se fueron a la cabecera municipal.

«Ahí se originó un combate aquí en la comunidad y a raíz de eso la gente corrió y a lo que la gente corría los paramilitares le disparaban al que corría, pensando que era guerrillero», me cuenta un poblador que no quiere dar su nombre por miedo a represalias.

«Corrimos a la cabecera municipal, pero aquí se quedaron unas personas que no pudieron salir, porque no los dejaron salir. Cogieron a un muchacho, a un joven aquí, lo maltrataron, lo tenían tirado en el suelo, dándole culatazos para matarlo, porque era guerrillero».

Finalmente la intervención de otros miembros de la comunidad que habían quedado en el pueblo intercedieron y el muchacho salvó su vida.

Cuando volvieron 15 días después del episodio, cuenta, les faltaban cerdos, gallinas, una motosierra. Y pasaron de haber sido desplazados a estar relativamente confinados, un problema que se repite en otras partes del Chocó.

«En estos momentos nosotros no estamos yendo a recoger cultivos, porque a veces conseguimos útiles de guerra abandonados por nuestros caminos, en nuestras parcelas, entonces por temor a eso la gente no va a recoger los alimentos, que pueda pasar que alguna mina mate a algún civil, a un niño, a uno mismo, porque como uno no sabe qué dejaron abandonado, qué tienen sembrado…».

En ciertas comunidades los pobladores evitan salir a las zonas de cultivo por miedo a que haya minas antipersonales.

Me muestra el casquillo de una bala de fusil. Dice que encuentran de esos todo el tiempo tras el enfrentamiento. En la pared de la iglesia los ladrillos tienen agujeros; algunos, aseguran aquí, fueron causados por los disparos de ese día.

Desde 2001 hasta 2017 esta comunidad fue víctima de ocho desplazamientos. En 2001 tenía 75 casas, ahora tiene apenas la quinta parte de eso.

El hombre asegura que se sienten víctimas del acuerdo de paz con las FARC. Es que en Chocó, tanto el ELN como el Clan del Golfo se han fortalecido desde la salida de esa guerrilla del territorio. El primero, según algunos cálculos, tiene unos 1.500 hombres armados (otros creen que son más) en todo el país; el segundo, según fuentes militares, contaría con unos 2.000.

Los organismos humanitarios que trabajan en la zona habían atendido a 18.000 personas, entre enero y julio de 2017, afectadas por emergencias del conflicto.

El presidente Juan Manuel Santos dice que Chocó es un área prioritaria para el gobierno colombiano.

¿Qué necesitan aquí para sentirse seguros? «La seguridad del gobierno, la protección, Ejército, Armada», me dice el hombre, «eso es lo que más pedimos en la comunidad, porque acá casi no se ve presencia del gobierno. Apenas entran buscando narcotráfico, pero a ayudar al campesino no».

No solo lo piden ellos, recientemente el Defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret Mosquera visitó la zona y dijo: »El llamado es a la fuerza pública y la Policía para que se queden en los ríos del Chocó y así evitar que transiten la ilegalidad y los violentos».

No es la única institución que ha hecho un llamado para una intervención más contundente en el departamento. De una forma u otra han puesto la lupa sobre esta problemática el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Iglesia, el Consejo Noruego para los Refugiados, organismos de Naciones Unidas y Amnistía Internacional, entre otros.

El general Alberto José Mejía me recibe en una de sus oficinas en Bogotá, en uniforme pixelado de colores claros. Es el comandante del Ejército de Colombia.

En el Ejército, explica, usan un código de color para las zonas, verde, amarillo y rojo, de más a menos estable. «Por supuesto, Chocó es rojo».

«Operar en Chocó es muy complejo», me dice. «Hay una pelea por el control (del negocio) de la coca entre el ELN y bandas criminales».

Le digo que prácticamente no vi militares en el departamento, que la población se queja de que no están o pasan y no se quedan.

Responde que Chocó es una de muchas otras regiones problemáticas, aunque asegura que pasaron de 2.000 soldados hace unos años, a cerca de 7.000 y, que sumando otras fuerzas, son más de 10.000 efectivos.

«Operar en Chocó es muy complejo», dice el comandante del Ejército, general Alberto Mejía.

Entonces, ¿por qué no se ven? Según Mejía, porque además de la misión de control territorial, que demandaría más presencia de Policía que de Ejército, están las acciones ofensivas, en las que sus fuerzas ganan ventaja si son invisibles.

«Cuando nos ven los operativos fracasan, por eso hacemos misiones nocturnas, infiltración nocturna, nunca usamos los ríos durante el día, todo esto se hace con medios no convencionales, así que estamos habitualmente ocultos, esa es una de las razones por las que no siempre nos ve la población».

A modo de ejercicio le pregunto cuánto tiempo se demoraría en llevar a Chocó a una situación de estabilidad si todo saliera bien.

«No sé el tiempo exacto», me dice. «De acuerdo a expertos en conflictos bélicos no tradicionales, normalmente tras la firma de un acuerdo de paz, si el Estado tiene todo lo que necesita, se demora al menos una década».

Pero, aclara: «No puedo darle una proyección temporal de cuándo Chocó estará libre de crimen, sería irresponsable de mi parte».

Como ejemplo de la acción de las fuerzas militares contra el Clan del Golfo en particular, Mejía citó la reciente operación que terminó con la muerte del segundo de esa organización, Roberto Vargas Gutiérrez, alias Gavilán.

Pocos días después, este martes el presidente Juan Manuel Santos anunció que el Clan del Golfo está dispuesto a deponer su actividad criminal, que el propio jefe de ese grupo armado, Dairo Antonio Úsuga David, alias Otoniel, comunicó que tenía la voluntad de someterse a la justicia junto a todos sus hombres.

«Si el Estado colombiano combate, como lo prometió, el paramilitarismo, pues nosotros no tendríamos la necesidad de hacerlo, pero el estado colombiano no está cumpliendo con esa parte», me dijo durante nuestra conversación el comandante Danilo Hernández, del ELN.

Seguramente el acuerdo de cese el fuego será un termómetro para medir la capacidad estatal para controlar otros grupos armados. El hecho de que el Clan del Golfo haya mostrado su voluntad de sometimiento a la Justicia puede llegar a dar cuenta de que sí.

Chocó es uno de los departamentos más pobres de Colombia.

Hacia el final de nuestra conversación quise saber si Hernández se arrepentía de algo, teniendo en cuenta que la revisión de sus actos ha sido un paso que otros guerrilleros han dado a lo largo de sus propios procesos de paz, como el de las FARC.

-De no haberme incorporado más joven. Lo que hemos hecho lo hemos hecho por amor a nuestro pueblo, lo hemos hecho con dedicación. Que se hayan desvirtuado nuestras acciones eso ya sí es otra cosa.

-Nadie está libre de errores.

-Y cuando los hemos cometido los hemos reconocido públicamente.

-¿Hay alguno en su haber?

-No, personalmente nada.

Ese intercambio posiblemente no convencería al padre Palacios.

Él pide a los grupos armados que se coloquen la mano en el corazón y reflexionen: «Antes que todo somos seres humanos, y el quinto mandamiento de la ley de Dios precisamente manda no matar, no quitarnos la vida los unos con los otros, quizás por unas diferencias ideológicas, quizás tal vez también por una disputa territorial por temas de narcotráfico».

Los indígenas representan algo más del 11% de la población del Chocó.

También lanzó un mensaje para el Estado: «Que invierta también en esta zona tan olvidada y tan marginada, teniendo en cuenta que ni los indígenas ni los afrodescendientes somos menos».

Sobre esto, el presidente Juan Manuel Santos me había dicho días atrás: «Ya hemos distribuido más de 85.000 de nuestros soldados por diferentes áreas (del país). Estamos, digamos, conquistando un área tras otra y Chocó es un área particularmente difícil por muchas razones, pero es un área prioritaria para nosotros. No sólo en temas de seguridad, sino también de desarrollo económico, porque es probablemente una de las zonas más pobres de Colombia y es algo que necesitamos resolver».

Las visitas papales son breves, como esos tours a la carrera en que se conocen diez ciudades en diez días y al final se termina más agotado que enterado. En su recorrido por Colombia el Papa estará en cuatro ciudades en cuatro días; deberá dejar por fuera innumerables urbes, pueblos, regiones, que desearían que pise su suelo.

Entre ellos Chocó. No obstante, aunque no llegue hasta allí, parece que su visita al país ha ayudado a impulsar el cese el fuego con el ELN y la expresión de voluntad de someterse a la Justicia por parte del Clan del Golfo.

Tras partir el pontífice, las semanas, los meses, mostrarán si estos primeros pasos se transformarán o no en firme caminata hacia el fin de la violencia en el país.


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