Magallanes derrota 9-8 al Cervecería Caracas y gana el campeonato de béisbol de primera división. Segundo título en la historia del club navegante. Publicado el 6 de marzo de 1944. Foto: Archivo El Nacional

«El laconismo del cable no permite a los fanáticos locales gozar los incidentes de muchos juegos en los cuales triunfan los ídolos: Carrasquel y Vidal López».

«Por fortuna, nuestro diligente corresponsal deportivo en México, Carlos Alberto Raidi, nos está enviando, con toda la rapidez que puede exigirse al correo aéreo…».

La aldea de McLuhan, el teórico moderno de la comunicación que ve al mundo actual convertido en una pequeña aldea por obra y virtud de los avances tecnológicos en materia de comunicaciones, no existía para la época. El 3 de agosto de 1943, Caracas era una aldea grande separada del resto del mundo a la cual un grupo de jóvenes, con escasa formación técnica pero con una inmensa vocación, querían informar de todo cuanto acontecía a su alrededor y para ello confiaban en «toda la rapidez que puede exigirse al correo aéreo”.

Una ciudad con menos de 500.000 habitantes que se informaban o bien a través de la radio o bien de los cables que llegaban a los periódicos: «A nuestros lectores que deseen tener información de última hora pueden telefonear hasta las 11 de la noche que gustosamente se las suministraremos», decía un pequeño suelto en el primer número de El Nacional.

Eran tiempos de guerra mundial y los cines pasaban informaciones filmadas por el noticiero Movietone. No se conocía hasta dos años antes al reportero de calle en busca de las informaciones.

Los periódicos existentes antes de los años cuarenta eran generalmente adictos al régimen gubernamental y sólo se podría considerar como un diario de oposición al vespertino El Heraldo propiedad de los hermanos Corao y eso porque Ángel, el menor, constantemente estaba preso pero no propiamente por escribir en El Heraldo artículos contra el régimen sino por su actitud personal antidictatorial.

Sólo en una ocasión El Heraldo sufrió los rigores de la represión gomecista y fue cuando en el año de 1931, a raíz de la modificación de la Constitución y de la designación del General Juan Vicente Gómez como Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, publicó un título a toda página, y en grandes caracteres, diciendo: «Gómez siguiendo en el joder”.

Luego vinieron las explicaciones y las disculpas y por supuesto todo fue achacado a un lamentable error de transposición de letras. Sin embargo, El Heraldo fue suspendido durante un tiempo.

La anécdota la cuenta don Pedro Beroes uno de los pioneros del periodismo moderno en nuestro país y quien fundara junto con Kotepa Delgado, y otros jóvenes de la época, el diario tabloide Últimas Noticias en el año 1942.

Estos pioneros insurgieron, sin mayores conocimientos sobre periodismo, con un nuevo estilo y una nueva concepción del diarismo.

Los diarios existentes para esos años, La Esfera, El Universal, Ahora y La Religión, publicaban, sin orden ni concierto, las informaciones que personas bien intencionadas tenían a bien hacerles llegar. Artículos muy largos sobre diversos temas, culturales o literarios; una que otra fotografía, y eso en muy contadas ocasiones. puesto que no existía tampoco el reporterismo gráfico: anuncios comerciales y un editorial en primera página. Todo esto en unas escasas ocho páginas.

periodismo, El Nacional
Miguel Otero Silva con un grupo de personas en las rotativas de El Nacional. Foto: FRANCISCO EDMUNDO PÉREZ / ARCHIVO EL NACIONAL

El moderno periodismo

Los muchachos de Últimas Noticias le dieron un vuelco a la situación, pero dejemos que sea don Pedro Beroes quien nos cuente de su génesis y sus propósitos iniciales:

«El Partido Comunista, deseaba hacer un diario que al mismo tiempo que cumpliera labores informativas acerca de las actividades del Partido sirviera también de medio de orientación política. Para ello nos encargaron, a Kotepa Delgado y a mí, la elaboración de un proyecto que, al cabo de poco tiempo, presentamos para su consideración».

«En él exponíamos, en líneas generales, nuestra concepción acerca de lo que debería ser un diario popular en donde se dieran informaciones acerca de los más urgentes problemas de las clases desposeídas».

«El proyecto fue presentado a la consideración de los organismos del partido y días más tarde fuimos notificados, por Gonzalo Veloz Mancera, que ese no era el tipo de diario que deseaba el partido».

«Queremos algo más serio, que refleje la línea del partido. Fueron sus palabras finales».

«Kotepa y yo decidimos, entonces, seguir adelante con la idea, por nuestra propia cuenta, pues veíamos claramente las posibilidades que tenía el proyecto».

«Con grandes sacrificios y rasguñando de aquí y de allá, logramos reunir 9.000 bolívares y decidimos intentar la aventura. La edición diaria costaba 1.000 bolívares. Nos dimos, entonces, un plazo de nueve días para imponer nuestro periódico».

«El primer número fue un éxito total. Lo imprimíamos en los talleres del Diario La Esfera de los cuales era administrador Emilio Suégart, y se vendió totalmente».

«Nos acompañaban, como reporteros Pedro Gilly, Ledo (que hacía noticias policiales) Vaughan Salas Lozada, Nelson Luis Martínez y otros más».

«Pero a los nueve días se nos acabaron los 9.000 bolívares y ya no teníamos con qué seguirlo sacando. Fue, entonces, cuando Suégart, quien vio el futuro del negocio y confió en nuestro tesón, decidió seguirlo sacando con el compromiso de que le pagáramos cuando pudiéramos».

«Seguimos adelante. Recuerdo que teníamos un cobrador de avisos que presentaba cuentas los sábados por la mañana. Cuando llegaba, nos reuníamos todos, contábamos la plata y nos distribuíamos el monto equitativamente. Nunca alcanzaba pero íbamos viviendo».

«Por cierto que hace poco me encontré con uno de aquellos reporteros, Juan López, el famoso Kostia, que me decía recordando aquéllos años ‘yo ganaba 300 bolívares mensuales pero me daban cinco, de vez en cuando'».

«El periódico funcionó, nuestra idea era buena. Un día se presentó en nuestras oficinas, que quedaban de Ibarras a Pelota, Juan Bautista Fuenmayor, venía a ofrecernos el respaldo moral del Partido Comunista y nosotros aceptamos.»

«Aquello fue de una gran ayuda. Los Comités de Barrio del Partido se convirtieron en gratuitos informadores y, además, preparaban el recibimiento de nuestros reporteros».

«‘Mañana estaremos en el barrio Marín’, anunciábamos hoy y al día siguiente nuestro enviado conseguía el barrio esperándolo para hacer conocer sus denuncias».

«Introdujimos en el periodismo el repórter de calle e iniciamos la profesionalización del oficio. Hacíamos reportajes, entrevistas, noticias y publicábamos fotos».

«Un día se nos acercó don Henrique Otero Vizcarrondo y nos ofreció asociarse con nosotros comprando maquinarias e instalando talleres propios para el diario. Estudiamos la oferta pero al final Kotepa se opuso. Este fue a mi juicio el nacimiento de El Nacional«.

Henrique Otero Vizcarrondo
Caricatura de Henrique Otero Vizcarrondo, fundador del diario El Nacional. Imagen: PANCHO / ARCHIVO EL NACIONAL

El aporte de El Nacional

En efecto, don Henrique Otero Vizcarrondo era un avanzado hombre de empresa y vio, con gran lucidez, el futuro del moderno periodismo.

Hasta entonces, como ya dijimos anteriormente, los periódicos se alimentaban de artículos y de informaciones que, en su mayoría, carecían de actualidad. En muchas ocasiones se informaba sobre hechos que habían ocurrido una semana y hasta quince días antes. Hubo un intento de reporterismo en un diario, anterior a Últimas Noticias, llamado Crítica, durante el gobierno del general Eleazar López Contreras, en donde ejercían dos periodistas españoles, que luego habrían de tener gran figuración e influencia en el nuevo rumbo del periodismo venezolano, José Benavides y Guillermo de los Llanos. Es, en realidad, en Crítica donde por vez primera se hace reporterismo y en donde se comienza a hacer un intento de informar sobre la actualidad.

Pero Crítica no pudo desprenderse del lastre que significaba ser un periódico gubernamental, financiado por el Ejecutivo y orientado por él.

El propio general López Contreras tenía una columna llamada «Pastelitos con ají” en donde regularmente atacaba a enemigos o presuntos enemigos de su gobierno. Escritas de su puño y letra, y muchas veces con lápiz, los originales llegaban al periódico.

Pero en los años cuarenta el panorama político era otro y se comenzaban a respirar aires de libertad propicios para la función creadora y para el progreso. El general Medina Angarita, en la presidencia de la República auspiciaba las iniciativas.

José Benavides venía junto con Guillermo de los Llanos de hacer periodismo en su país natal. El fascismo y la adversidad los había aventado hasta nuestro país y aquí se hallaban tratando de poner en práctica sus conocimientos.

Benavides traía muchas ideas y sobre todo el conocimiento y la práctica de un diarismo en donde el tratamiento de la información estaba íntimamente ligado con su jerarquización y presentación dentro del diario. Llanos era un avezado reportero de calle, en su Barcelona natal, al propio tiempo que un excelente escritor (un tanto noctámbulo y poco amigo de madrugar justificaba su llegada al trabajo a las diez de la mañana diciendo entre zetas y ternos: «un caballero español jamás se levanta temprano».

Ambos elaboraron un proyecto para un diario que tuviese las principales características de lo que eran los diarios franceses de la época, sobre todo en cuanto a diagramación se refiere.

Por su parte don Henrique Otero hacia gestiones para fundar un diario. En algún momento el proyecto de Benavides y Llanos llegó a sus oídos y luego fue trabajar, encargar maquinarias; reunir lo que sería el personal de redacción; discutir la línea informativa; en fin hacer un nuevo diario con características absolutamente novedosas, que respondiese a las necesidades del momento al propio tiempo ágil y bien escrito.

En los años cuarenta, en Venezuela, los diarios no hacían lo que en moderno periodismo se llama diagramación y que ya las nuevas técnicas han comenzado a hacer llamar diseño gráfico. Las noticias llegaban a la redacción y, sin orden ni concierto, se iban metiendo en las páginas.

No había selección y mucho menos jerarquización. Lo que hoy es uno de los departamentos vitales de un diario, la secretaría de Redacción, ni se pensaba que pudiese existir; la primera página, esa niña mimada de directores y empresarios porque de ella depende, en gran parte, la venta del periódico, era utilizada para publicar ensayos y poemas. El Nacional rompió con todo esto.

El día cinco de octubre El Morrocoy Azul, sin duda el mejor periódico humorístico que se ha hecho en el país y del que aún nuestros humoristas se inspiran pues creó un género y un estilo todavía no superado, escribía: «En especial agradecemos a El Nacional las siguientes cosas: 1) que no tiene editoriales; 2) que no tiene ‘pasa a la página tal’; 3) que no publica estoraques; y 4) que no trae críticas teatrales de Lino Sutil».

En estos cuatro puntos se resume lo que fue El Nacional para el periodismo venezolano. Bueno digamos tres porque el último, seguramente, era una de sus famosas «chapas».

Lo novedoso era la diagramación que implicaba un nuevo concepto en donde el editorial se resumía en una mancheta y en donde la noticia, la información, buscaba aspectos estéticos y ópticos, que no permitían el «pasa a la página tal» y ayudaban al lector.

Para explicarlo mejor pasemos la palabra al profesor Guillermo Korn, maestro de periodistas y gran periodista él a su vez. Dice Korn, en el número cuatro de la revista El Periodista, órgano del hoy Colegio Nacional de Periodistas, ayer AVP: «Los tipos de imprenta guardan relación con la arquitectura y el sentido del diseño de cada época”.

En efecto para los años cuarenta lo que existía es lo que el maestro Korn diría: …»la diagramación catafalco: tirar rayas negras gruesas de veinticuatro puntos de este a oeste y de norte a sur de la página y desentenderse de todo lo demás: el lector sufre un impacto macabro y basta… también sabemos que es la diagramación telaraña: echan sobre las superficies de tintaje ‘texturas’ entrecruzadas que vuelven nulos los valores ópticos de las letras y el contenido de los escritos».

Digo diría, cuando hago la cita del profesor Korn porque, por supuesto, no se trata de lo que eran los diarios de aquellos tiempos sino de lo que ahora son diarios mal diagramados (aun cuando ya la tipografía esté desapareciendo dejando el paso libre a las nuevas técnicas electrónicas) pero vale la cita porque sencillamente eso eran los diarios venezolanos de la época: no tenían diagramación.

«Así pues El Nacional con su hermoso formato, su imposición original y su cómoda distribución del material, se nos ha aparecido este martes 3 de agosto» dijo Aníbal Lisandro Alvarado en el radio-periódico Actualidad que dirigía Hernani Portocarrero en Radio Difusora Venezuela.

Sin embargo las dificultades fueron muchas. Aquellos linotipos que el viejo Otero compró en Nueva York, en una subasta, al primer martillazo, no tenían la letra Ñ y durante mucho tiempo fue problemático escribir la palabra año.

Miguel Otero Silva escribió en esos años el siguiente:

SONETO CANDIDO. (Tal como lo hubiera escrito el diario El Nacional, cuyas eñes no le llegaron sino tres meses después de haber sido fundado).

Era una nina párvula y risuena

con un sueno de amor en el corpino

banado el rostro con blancor de armino

y negra la mirada malaguena.

Una bisona nina caraquena,

más caraquena que Justo Patino,

y con una montana de carino

constrinendo su alma tan pequena.

No ensenaba la nina malas manas

pues se banaba todas las mananas

y no aranaba cual danina gata.

La adoraban parientes y extranos

y para celebrar su cumpleanos

resolvieron ponerle una pinata.

El Nacional salió a la calle con éxito inusitado. Sus grandes despliegues tipográficos fueron la gran novedad y esos textos en tipos de seis puntos, distribuidos en páginas de siete columnas, que hoy ningún diario se atrevería a publicar, causaron sensación. Pero mayor sensación causó su estilo redaccional. Preciso es decir que los mejores reporteros formaban su planta de redactores: Guillermo Llanos, Pedro Gilly, Juan Acosta Cruz, Ida Gramcko, Ana Isabel Arráiz, etc., bajo la jefatura de Información de un joven y brillante periodista recién llegado de Chile, Raúl Agudo Freites; junto a ellos lo más granado del movimiento intelectual de la época: Arturo Uslar Pietri, Alejandro García Maldonado, Miguel Otero Silva (su primer artículo en El Nacional fue sobre la caída de Mussolini y bajo el antetítulo de «El Ocaso de un Farsante» venía el siguiente título en italiano «Meglio vivere un giorno d’leone que cento ani de pecore») y la Dirección de Antonio Arráiz.

Gonzalo Rincón Gutiérrez tenía a su cargo la sección Provincia y Josefina Palacios escribía crónicas sobre el desarrollo de la guerra y su incidencia en América Latina. José Antonio Mayobre tenía la responsabilidad de la sección de Economía y hacía sesudos análisis sobre el veinte por ciento que había aumentado el precio de la carne, en relación con el año 38 alcanzando el astronómico precio de ¡Bs. 1,80 el kilo…!

Los deportes, que en ese tiempo se publicaban en la página dos, ya estaban a cargo de Abelardo Raidi y la página tres dedicada únicamente a reportajes, cosa que se hacía por vez primera en el país, publicaba reportajes sobre el 03 y las inundaciones en Apure.

periodismo
Tom Wolfe. Foto: AFP

¿Un nuevo periodismo?

En 1963, en el periodismo norteamericano, especialmente en Nueva York, un grupo de reporteros encabezados por Tom Wolfe -cuyo librito publicado en español, en 1976, por la Editorial Anagrama de Barcelona, tanto revuelo ha causado en los últimos dos años en nuestro ambiente periodístico provocando foros y seminarios para el estudio de lo que se ha dado en denominar Nuevo Periodismo-, «comenzó a gestarse un movimiento en donde se pretende desalojar el género novelístico, tan brillantemente cultivado por periodistas como Ernest Hemingway, por un nuevo género literario que tenga como punto de partida la realidad cotidiana y agonizante novela y se convierte en el género literario más rico de la época», dice Wolfe.

Pues bien, estos nuevos periodistas que buscan en el diario acontecer la manera de escribir una novela que los lance a la gloria y al dinero, encontraron que el realismo de un Balzac, de un Dickens y un Gogol «confería a la novela realista su fuerza única, conocida como «inmediatez», como «realidad concreta», como “comunicación emotiva” así como su capacidad para «apasionar y absorber», según el ya citado Wolfe.

Basándose en la construcción de escenas y utilizando el diálogo como procedimiento para atrapar al lector, al propio tiempo que se utiliza la técnica del «punto de vista en tercera persona» y se estudian los gestos cotidianos y los hábitos de los personajes, se construye un estilo periodístico con el cual se pretende destronar a la novela de su pedestal, tal como podíamos observar en el siguiente ejemplo también citado por Wolfe en su conocido librito quien lo extrajo de un ejemplar de la revista Esquire del año 1962.

«Joe Louis: el rey hecho hombre de edad madura».

El trabajo no comenzaba en absoluto con el típico artículo periodístico. Comenzaba con el tono y el clima de un relato breve, con una escena más bien íntima; íntima al menos según las normas periodísticas vigentes en 1962, en todo caso:

-¡Hola querida!- -gritó Joe Louis a su mujer, al verla esperándole en el aeropuerto de Los Ángeles.

Ella sonrío, acercándose a él, y cuando estaba a punto de empinarse sobre sus tacones para darle un beso, se detuvo de pronto.

-Joe, ¿dónde está tu corbata? preguntó.

-Ay, queridita, -se excusó él, encogiéndose de hombros. Estuve fuera toda la noche en Nueva York y no tuve tiempo… -¡Toda la noche!-, -cortó la mujer-. Cuando estás ahí, lo que tienes que hacer es dormir, dormir y dormir. Queridita -repuso Joe Louis con una sonrisa fatigada- Soy un hombre viejo.

-Sí -concedió ella-. Pero cuando vas a Nueva York, quieres ser joven otra vez.

El artículo destacaba varias escenas como ésta, mostrando la vida privada de un héroe del deporte que se hace cada vez más viejo, más calvo, más triste. Enlaza con una escena en el domicilio de la segunda mujer de Louis, Rose Morgan. En esta escena Rose Morgan exhibe una película entre Joe Louis y Billy Conn en un salón lleno de gente, entre la cual se halla su actual marido.

Rose parecía excitada al ver a Joe Luis en su mejor forma, y cada vez que un puñetazo de Louis hacía tambalear a Conn, mascullaba «Mummmm» (golpe) «Mummmm» (golpe) «mummmm». Billy Conn estaba grandioso en los asaltos intermedios, pero cuando en la pantalla centelleó el rótulo «13 Asalto», alguien comentó.

-Ahora es cuando Conn va a cometer su error; intentar atacar a Joe Louis.

El marido de Rose permaneció silencioso, sorbiendo su whisky. Cuando las combinaciones de Louis comenzaron a surtir efecto Rose repitió «Mummmmm, mummmmm», y luego el pálido cuerpo de Conn empezó a derrumbarse contra la pantalla

Billy Conn comenzó a incorporarse lentamente. El árbitro contaba sobre él. Conn alzó una pierna, luego la otra, luego se puso de pie; pero el árbitro le hizo retroceder. Era demasiado tarde.

…Y entonces, por primera vez, al fondo del salón, desde las blancas profundidades del sofá, resonó la voz del actual marido.

-Otra vez esa mierda de Joe Louis.

Yo creo que Conn se levantó a tiempo -proclamó- pero ese árbitro no le dejó continuar.

Rose Morgan no dijo nada; simplemente engulló el resto de su bebida».

O en este otro, aparecido en el número 1 de El Nacional el 3 de agosto de 1943.

La estafa de un curandero divertido y desconcertante

-María Emelina ¿cómo sigue Purificación?

La señora Emelina Alvarado quien vive frente a la plaza de Pagüita, contestó a la pregunta de su comadre con un gesto de desconsuelo.

-Ay, m’ hijita: lo mismo, la pobre no se alienta. Por el contrario cada día está peor. Miren que he llamado médicos para que la visiten, y que he gastado dinero y nada.

Los labios de la comadre se plegaron en un rictus sarcástico.

-Los médicos. No me diga comadre, si los médicos no se ocupan de los pobres. Cuando uno los llama nos dan una receta cualquiera para salir del paso, pero ni siquiera le han tomado el pulso al enfermo. Estamos perdidos.

Durante largo rato continuó murmurando de los facultativos y de la medicina. Para ella no había, uno siquiera, en Caracas, que valiese la pena. Su voz se iba haciendo, poco a poco, suave y misteriosa.

Yo no sé comadre lo que usted piensa. Pero yo conozco a un curandero que es infalible. Sabe todas las artes de las yerbas. Si usted quiere le hablo… -dijo en un susurro.

Sus labios se acercaron a los oídos de la misia Emelina. Los ojos de ésta cobraban; poco a poco, un destello de esperanza. Dudaba todavía, pero tanto insistió la comadre que al fin, aceptó, encogiéndose de hombros.

-No se pierde nada con probar -pensó.

Vino el brujo. Se llamaba Pablo Bracho Vidal. Su apariencia era de sencillez y de cordialidad. Después de examinar brevemente a Purificación, aseguró a la atribulada hermana que la podría curar en poco tiempo mediante una modesta retribución. Las esperanzas de la señora Emelina Alvarado, crecieron.

Al principio la enferma puso gran confianza en el curandero, que se la supo ganar con ademanes llenos de misterio y sonrisas llenas de apacibilidad. El proceso curativo era de lo más extraño. Bracho se colocaba cerca del lecho de la enferma, pronunciaba frases incomprensibles, gesticulaba en forma ceremoniosa y colocaba en el pecho de la paciente medallas y amuletos, o la ungía con oscuros ungüentos… pero Purificación, por supuesto, no experimentaba ninguna mejoría, al propio tiempo las demandas de dinero del brujo, al principio tan moderadas, iban subiendo incesantemente y a cada momento menudeaban más. Para satisfacerlas, la señora Emelina tuvo que trabajar hasta altas horas de la noche, consumió el resto de sus ahorros y empeñó algunas prendas y muebles de relativo valor.

Cierto día como expresase las dudas que comenzaba a embargar, Bracho prorrumpió en protestas de indignación.

-Sepa que yo soy el mejor curandero que hay en Caracas y que le voy a curar a su hermana en una semana.

María Emelina reflexionó que era prudente darle una última prórroga y salió, como de costumbre, para su trabajo.

Al regresar, por la tarde a su casa, sus miradas ansiosas advirtieron enseguida un lugar vacío en el conjunto doméstico.

-¿Y la máquina? ¿ Y la máquina? ¿Dónde está mi máquina de coser?

Desde el cuarto vecino contestó la débil voz de la enferma.

-Bracho se la llevó, vino esta tarde: y me dijo que como tú no le pagabas, se llevaba la máquina en compensación.

¿Eso dijo? ¡Ya verá ese vagabundo! Misio Emelina salió directamente a la Comandancia de Policía, donde presentó su denuncia el jueves de la semana pasada. Las autoridades están sobre la pista del brujo y estafador, que ha desaparecido tan misteriosamente como llegó y la señora Emelina Alvarado tiene cifradas en estas pesquisas sus esperanzas con respecto a la recuperación de la máquina, único medio para su sustento; porque, en lo que toca a la salud de su hermana Purificación, se ha resignado a la lejana ilusión de que se produzca un milagro.

Esto lo escribió sin alharacas un reportero, que ni siquiera se tomó el trabajo de firmar, en la última página de El Nacional, en 1943, no un reportero del Times de Nueva York llamado Gay Talese, en 1962 veinte años después…

Por Pedro Espinoza Troconis (*)

(*) Publicado en el volumen El Nacional. 37 años Haciendo Camino. Coordinación: Pablo Antillano. Caracas, 1980.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!