Es inevitable el encontronazo en noviembre de 2020, fecha electoral en Estados Unidos. La nación se trenza con percepciones subjetivas y estereotipos. La república, con leyes que responden a los cambios sociales. Eso hay que explicarlo.

La nación nos dibuja la idea platónica de “los americanos”: son blancos, rubios, independientes y bravos, presumiblemente con ojos claros, idealistas, nacionalistas, emprendedores, adoran al Dios de los cristianos, heterosexuales y se comunican en inglés. Naturalmente, no todos son así, pero para eso existen los estereotipos. El Himno refleja esa mitología. La bandera ondea “sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes”.

La república, al menos en nuestros días, alega que “los americanos” son de diversos colores y mezclas, creyentes o no creyentes en cualquier dios, y están sujetos por reglas o por convenciones sociales que no toman en cuenta la sexualidad o el género. Muchos han llegado huyendo de los desastres nacionales. Están unidos por la Constitución y la ley, no por la supuesta “identidad nacional”. Se acogen al patriotismo constitucional. A mediados del siglo XXI abundarán más los negros, hispanos y asiáticos que los “americanos blancos”.

Esta dicotomía volverá a presentarse en las elecciones de 2020 entre Donald Trump, quintaesencia de la nación, y quien resulte electo como candidato demócrata de la docena que aspiran a ser el inquilino de la Casa Blanca.

Los hay viejos, jóvenes y maduros; cristianos, judíos y agnósticos; blancos, negros, mestizos e hispanos; gays condecorados por su reiterada presencia en las guerras, hombres y mujeres «averages» al sur de la cintura; radicales y conservadores; socialistas y socialdemócratas; billonarios, millonarios y clases medias; personas extremadamente instruidas y seres menos estudiosos.

El último que ha entrado en la batalla ha sido Mike Bloomberg, un judío neoyorquino, filántropo, de 77 años, y con tres períodos de notable experiencia como alcalde en la administración de Nueva York.

Bloomberg es el noveno hombre más rico del planeta. Pero no heredó su fortuna, sino que la hizo a golpes de suerte, talento y tecnología. El antisemitismo de la nación, afortunadamente, le queda lejos. En el pasado, los electores, como parte de la identidad nacional, mayoritariamente blancos, fueron antisemitas, anticatólicos, antinegros, antihispanos, antifeministas, como se reflejaba en las populares correrías del KKK a principios del siglo XX, como se refleja en el filme El nacimiento de una nación (D. W. Griffith, 1915) y en los sinsabores de las sufragistas.

La ronda regional de consultas comienza por Iowa. Es probable que gane Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, Indiana. Las encuestas así lo manifiestan. El extraño apellido proviene del padre, un profesor universitario procedente de la isla de Malta en el Mediterráneo. Es joven, enérgico, moderado, bien formado académicamente, graduado de Harvard y “Rhode Scholar”, blanco maltés,  lo que significa una gran cantidad de mezclas. Sirvió un par de veces en las guerras del Medio Oriente y obtuvo por ello dos medallas meritorias.

Es abiertamente gay. Se casó en 2018 con Chasten Glezman, un maestro que adoptó el apellido del político. Curiosamente, este rasgo de la personalidad de Pete acaso no le perjudique dentro de los demócratas que votan de acuerdo con los verdaderos valores republicanos. Si es legal, y si es el mejor candidato, ¿qué importa lo que sucede en la alcoba de dos adultos decididos a amarse que no eligieron su sexualidad sino la asumieron paladinamente?

Se trata de una variante del razonamiento que hizo presidente a Barack Obama. (Curiosamente, en Estados Unidos los negros e hispanos son los grupos más cargados de prejuicios sexuales). ¿Qué importaba el color de la piel de Obama? Votar por Obama era demostrar que se podían orillar los prejuicios raciales. Votar por un gay es cancelar los prejuicios sobre el comportamiento íntimo de las personas.

A fin de cuentas, no sería el primer presidente gay de Estados Unidos, pero sí el primero que admite públicamente su condición de homosexual. Al soltero James Buchanan, el décimoquinto jefe de gobierno del país, le tocó ese rol, pero de una manera lateral. Mediado el siglo XIX no era la época adecuada para ese tipo de revelaciones. Sus adversarios le llamaban “Nancy”. En su monumental biografía, Carl Sandburg también lo insinuó de Abraham Lincoln, el décimosexto, aunque sin otra prueba que el hecho de que durante varios años compartiera el lecho con otro adulto llamado Joshua Fry Speed.

Naturalmente, ganar en Iowa no significa que Pete Buttigieg será el candidato demócrata, aunque le saque 10 puntos a Warren, Biden y Sanders en esta cita electoral. Es solo el primer obstáculo. Tendrá que saltar o esquivar otros muy importantes antes de enfrentarse a Trump: New Hampshire, Nevada, Carolina del Sur, más el definitivo “Super Tuesday”, todos con distintas mezclas raciales e ideológicas. Todos con diferentes intereses mayoritarios. De alguna manera, será el choque entre la vieja nación y la evolucionada república.

 


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